Ella
Podría
comenzar diciendo que fue uno de esos días, como otro cualquiera. Acababa de
terminar mi turno, y solo tenía ganas de irme a casa para dejarme caer en la
cama. Pase por la cafetería para llevarme algo de comida y, quizás, tontear un
poco con la camarera. El local estaba lleno, como de costumbre, recientemente
se había convertido en un lugar muy popular entre la juventud. Y como si fuese
una isla en medio del océano allí estaba ella: sola, aislada con su música, leyendo a Marcel Proust, ajena a lo
que ocurría a su alrededor.
Durante mucho
tiempo he considerado que alguien como yo no estaba hecho para ser feliz en
pareja, tres matrimonios fracasados y tantas “novias” que he perdido la cuenta,
dan fe de ello. Con un historial así lo normal es pensar que soy un mujeriego
empedernido, y lo último que alguien como yo se plantearía es tener una
relación formal.
-Viene todos
los días. Se sienta en el mismo sitio y pide lo mismo: café con leche y una
tostada.- me informó la camarera sacándome de mis pensamientos.- Aunque yo no
la miraría tanto, esta fuera de tu alcance, guapo.- añadió como si me estuviera
leyendo la mente.- Eres demasiado mayor para ella.
-¿Sabes si
tiene novio?- quise saber ignorando el comentario.
-Ni idea.
Viene sola y se va sola. El rato que esta aquí lo pasa leyendo esos libros tan
“complicados” y oyendo su música. Si tiene o no tiene novio no lo sé. Ya te digo yo que no es de esas.- me
respondió la camarera.-Para eso, estoy
yo si quieres.- dijo mientras me guiñaba un ojo.
-No, gracias-
contesté mientras me llevaba mi pedido.
-¡De nada!-
fue lo último que oí de la camarera.
Mientras me
dirigía a mi casa, ella ocupaba todos mis pensamientos. Me maldecía a mi mismo
por no haberme dado cuenta, si de verdad iba todos los días a la misma
cafetería que yo, como es que no me había fijado. ¡No era tan difícil!
Los días
siguientes, tal y como predijo la camarera, ella estaba allí en su mesa de
siempre, con lo que habitualmente tomaba, su música y sus libros.
Desde la
barra planeaba una estrategia infalible que me ayudase a conquistarla, o por lo
menos a establecer contacto sin parecer desesperado. Alguien como yo, curtido
en mil aventuras, debería tenerlo muy fácil. Pensé en acercarme a ella y
soltarle una de mis sonrisas arrebatadoras con las que conseguía no pasar la
noche solo, incluso tenía preparado mi discurso habitual con el que derretía a
las chicas del bar. Algo en mi interior me decía que todo eso fallaría, que
ella no era de las que se dejan camelar tan fácilmente con una sonrisa de
postal o con las batallitas de un viejo lobo como yo.
Empecé a
mirarla como quien mira una obra de arte en busca de alguna imperfección. No
podía creer que alguien así existiese de verdad, ¿y si todo era una pose? Y si
en realidad solo era un envoltorio bonito y vacío; que su música, la cual
desconocía, y sus libros no eran mas que una fachada. O peor, si le parecía un
viejo verde que solo quiere un polvo con una jovencita. Me sentía totalmente
desconcertado, por primera vez en mi vida no sabía que hacer.
Decidido a
hablar con ella, me levanté, lo que tuviera que ser, sería. Entonces descubrí
que ya no estaba. Mire a mi alrededor, se había esfumado. Tan ensimismado
estaba que no me había dado cuenta de que se había marchado. Me deje caer en
una silla. Ofuscado en mis pensamientos, no me di cuenta que alguien se había
detenido delante de mí. Levanté la vista y como si fuera un ángel, allí estaba
ella. De sus auriculares que llevaba en el cuello, podía oír Stairway to Heaven
de Led Zeppelin. Me sonrió con una calidez, como no lo había hecho ninguna
mujer antes. Se acercó a mi y me susurró algo al oído.
La vi
marcharse. Me sentía el hombre más feliz del mundo.
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